11/12/12

Una noche mágica en el Tayrona



Se despertaron a las 7 am. El calor no podía ser combatido con el ventilador de 4 aspas que giraba cansado tras una noche de arduo trabajo. La excitación de partir hacia la aventura había activado tempranamente sus conciencias.




Dispusieron sus mochilas y se dirigieron a comprar provisiones. Estaban dispuestos a ingresar a ese lugar del que tan bien les habían hablado sin pagan un solo peso. Agua, atún, queso, pan y fruta, una carpa precaria de unos pocos billetes y un garabato hecho a mano del trayecto a seguir para llegar al tan ansiado paraíso.



Se bajaron del bus como les había sido indicado y siguieron el cauce del río hasta su desembocadura en el mar. En 40 minutos la jungla y el mar se erigian frente a sus ojos de modo imponente. Un espectáculo de la naturaleza difícil de digerir y aún mas difícil de describir.

La entrada al Tayrona por la Playa Los Naranjos. Desembocadura del Río Piedras en el mar.

Los primeros pasos dieron con una nativa, una casa precaria entre las matas que daban inicio al frondoso bosque. Sólo levantó un dedo y les indicó el camino, con un brillo especial en los ojos, con intenciones que no lograron percibir en un principio.



La caminata se iniciaba en silencio, dejando sonar al furioso mar, dejando escucharse a las alborotadas aves.



Luego de un sendero fácil de transitar, la primer playa, y el hambre, una naranja mantendría al cerebro distraído. Su ácido comenzaba a recorrer el cuerpo y el calor aceleraba su efecto devastador por las venas.



Los acantilados impedían el tránsito por la playa, el próximo paso era volver a entrar a la selva. Y fue allí cuando sucedió, en el mismo momento en que entraban en la selva, ingresaban a otra dimensión.

Las playas del Tayrona que los turistas no visitan

Los árboles se movían con pies de serpientes y las espinas de los arbustos crecían filosamente acercándose a rasgar sus pieles descubiertas. La tierra, despierta, brillaba de mil colores y esos pies de los árboles ya no eran serpientes sino seres mágicos que nacían desde las entrañas de la tierra. Las hormigas habían preparado sus ejércitos para atacar al enemigo, los picaban fuerte, sin piedad.



De pronto, todos los caminos que la pacha había abierto estaban cerrados, no había salida, ningún lugar hacia donde huir.



De repente otra vez en la playa , el sol resplandecía y el mar descargaba toda su furia sobre la costa. Caleidoscopios pintaban el cielo, otra vez los colores, de la tierra al espacio. Colores y más colores y de repente el cielo negro. No habían armado su refugio y obligados por la tormenta que se aproximaba se dispusieron a armar la carpa. Dentro llovía tanto como afuera.



Después de la tormenta, la luna, que se asomaba entre nubes que proyectaban sus sombras formando rostros tenebrosos. De pronto estrellas, miles de ellas danzando entre formas de mágicas mandalas.



Podían comunicarse sin decir nada, podían verse a través de si como si la piel desapareciera, tejidos, venas, huesos.



Luces desde el mar titilaban, seres foráneos los observaban.



Caminaron por la playa buscando conciliar el sueño para despertarse del sueño.



Alli estaban al otro día. Allí pero en otro lado. Ya no era el mismo lugar. Algo había cambiado.

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