24/9/12

Historias de tradiciones y globalización. Mezclar lo propio y lo ajeno



El domingo es día de paseo. Y así lo hice. Decidí escaparme de la solitaria Riobamba dominical para ir a conocer los alrededores.
Me dirigí hacia la terminal de bus que por 0,40 centávos de dólar me llevaría hacia Colta, un cantón ubicado en las afueras de la ciudad.

Me subo al bus. En la segunda parada del recorrido que va levantando a todas las personas que viajan destino a alguno de los tantos pueblos que se despliegan al costado de la ruta sube un niño. Un mulato hermoso de unos 11 o 12 años. Arrastra una caja de cartón con un producto que mantiene en principio en el anonimato. Se presenta e informa a los señores pasajeros que proviene de la provincia de Esmeraldas. Nos cuenta que viene a ofrecer un dulce (que su papá es Correa, actual presidente del Ecuador y que lo mandó a vender, pero no a regalar, asique todo aquel que lo consuma mientras hace la oferta, deberá abonarlo). No me sorprende su procedencia. En Esmeraldas (una provincia de la costa de Ecuador) gran parte de la población es de color negra y tienen el ritmo de la salsa corriendo por sus venas.
Mientras el muchacho ofrece dulces de panela (alimento a base de la caña de azúcar) informa los precios en quechua y también en español (para que lo entiendan los que no sabemos quechua, lo aclara mientras me mira con una sonrisa).
El niño con la piel color chocolate hablando Quechua tiene sentido. La mayoría de los pasajeros que viajan en el bus se dirigen hacia la zona de Cajambamba (un pueblo en donde hasta las señales de tránsito se encuentran dirigidas en Quechua), Santiago de Quito o Guamote, lugares en donde se habla el español, pero predomina el Quechua como lengua primaria, especialmente entre los adultos, que no solo se abocan a la tarea de conservar el lenguaje, sino que realzan el espíritu tradicional a través de la vestimenta típica (polleras, mantas, botas bajas, colgantes, largas cabelleras a veces adornadas con coloridos lazos y sombreros redondeados para las mujeres acompañando los hombres con sombreros pantalones y mantas en algunas ocasiones).


Señalización en Quechua. Cajabamba.
Si hasta en la misma ciudad de Cajabamba se ve ampliamente diseminada la tradición a través de estos elementos y tuve que sonreír a la panadera que me hablaba en Quechua mientras reía y yo me sonrojaba sin entender una palabra. (Sólo se decir Imaynalla cascancu, en español ¿como estas?)
Mientras viajaba en el bus divirtiéndome con el estupendo relato del niño que dejaría atónito a cualquier especialista en ventas, se me vino a la cabeza una frase que aprendí mientras estudiaba inglés en mi infancia. "Melting pot", frase que hace alusión a la mezcla de razas y culturas que se mezclan como el helado que se derrite en su envase de tergopor cuando se lo tiene un tiempo no tan prolongado fuera del refrigerador. Sería en castellano convencional algo así como "crisol de razas".
En Ecuador, a lo que queda de la descendencia Quechua (principalmente localizada en la sierra), se suma la cultura afro de la costa norte y algunas tribus indígenas de la Amazonía. Minorías que, a veces impulsadas por las migraciones internas, se pierden entre los "blancos", que son sin duda, el grueso del pueblo ecuatoriano y que resultan una suerte de injerto o mutación producto de la nefasta colonización española.
Hasta el momento, ésta zona de la sierra perteneciente a la provincia de Chimborazo, era en la que la cultura andina se veía más conservada. Y aquí podría concluir mi relato y obviar una parte que llamó mi atención.
Esperando por el almuerzo. Colta.
Mientras concluía mi visita en la Iglesia María Natividad de Balvanera, la más antigua Iglesia Católica del Ecuador fundada en 1532 (a la que concurren sagrada y paradójicamente los domingos aquellos quienes parecieran los más fieles representantes de la cultura y los dogmas de la cosmovisión andina) recorro con mi cámara los momentos más espontáneos de las personas que por allí se encuentran. Y mágicamente el lente se detiene y dispara una situación graciosa y absurda al mismo tiempo. Una escena que podría titularse "Cholitas tomando Coca Cola. La fuerza del imperio no tiene límites".
La escena en cuestión "Cholitas tomando Coca Cola"
Que los lugareños mezclen rituales indígenas con tradiciones católicas no me sorprende. La fuerza de la colonización se encargó de destruir todos los templos de adoración a los dioses andinos y de imponer por medio de la instrucción forzosa y de grandes monstruos arquitectónicos dignos de admirar, la religión católica. Y no es raro que convivan ambas cuestiones al unísono, tan opuestas y tan tomadas de la mano en los corazones de estos pueblos.
Que las señoras a quienes cariñosamente denomino "cholitas" estén tomando Coca Cola tampoco me sorprende, aunque me hace unas cosquillas raras en la panza. Sin dudas están en todo su derecho de consumir lo que se les de la gana.
Sin embargo el contraste es tan fuerte que no puede dejar de conmoverme. Y es que la contaminación abunda, y el efecto de la globalización es imposible de frenar. Se cuela por los rincones más recónditos y por las necesidades más básicas.
Entonces, lejos de hacer una teorización acerca de las ventajas o desventajas de la globalización expongo una situación. Algo demasiado cotidiano, algo que puede tranquilamente pasar desapercibido. Y son esos ingresos a lo nuestro, a nuestras raíces, a nuestro pasado los más efectivos para borrar la memoria. Si está bien, está mal y cuales son los limites a una expansión difícil de frenar no es algo que esté discutiendo en este momento. Simplemente me pregunto ¿hasta dónde nos quedamos afuera?¿hasta dónde permitimos entrar lo ajeno en desmedro de lo propio?.

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