Salí de Ecuador de manera
triunfal. Tuvimos la suerte de llegar a la frontera haciendo dedo en dos
camiones. El primero nos llevó desde Otavalo a Salinas. El segundo nos levantó
en el mismo lugar en dónde nos había dejado el primero y David, su chofer, nos
dejó en la puerta de migraciones. No podíamos pedir más, nos habíamos ahorrado
unos 4 dólares que iban a resultar en nuestro alojamiento en nuestra primera
parada en tierras colombianas.
De ahí a migraciones. La
salida no fue más convulsionada que cualquier paso de frontera. La entrada, aún
más simple. Lo único que quería mientras esperaba que me sellen el pasaporte
era que me tocara el hombre y no la mujer que estaban detrás de la ventanilla.
Dicen que los colombianos son duros para darte los 90 días que le corresponden
a cualquier persona que ingresa en el país en calidad de turista y para renovar
los días faltantes, hay que pagar, por supuesto. Si me tocaba el hombre podía
solicitarme muy gentilmente esos 90 días, pero con la suerte que me
caracteriza, me tocó la mujer. Afortunadamente me dieron los 90 días.
Sellado el pasaporte nos
embarcamos hacia Ipiales. Dejamos las mochilas en la terminal y nos fuimos a
conocer el santuario de la Virgen de las Lajas. Una iglesia magnánima con mil
placas de agradecimiento de sus devotos en las afueras del santuario. Una
belleza arquitectónica y un dato de color que llamó poderosamente la atención :
"Agradecimiento a la Virgen de Las Lajas (...) para que mantenga los principios
de la fe cristiana y los proteja de las amenazas del comunismo" (???).
Volvimos a la terminal,
primer choque con el nuevo país. Viajar en Colombia no es lo mismo que viajar
en Ecuador y las tarifas de los buses son altas (hay que tener en cuenta que en
Ecuador el litro de gasolina sale casi lo mismo que el litro de agua). Ipiales
- Pasto nos salió 5000 pesos (hasta ahí bien ya que son unos 2,5 dólares).
Antes de subir al bus,
cometo la primer metida de pata como para que mi entrada no pase desapercibida.
Estaba muerta de sed, había vagado por todo Ecuador en busca de una gaseosa sin
azúcar con muy poca suerte y entro en un local de la terminal y ahí la veo: una
Coca Cola Zero a mi vista (sólo consumo colas cuando estoy demasiado sedienta o
en casos extremadamente ocasionales cuando se acabó la cerveza y sólo queda
Fernet). Entonces, como para empezar a sondear los precios del lugar pregunto
por el precio de la COCA. Colombianos que había conocido durante el viaje ya me
lo habían advertido NO PIDAS COCA PORQUE TE VAN A MIRAR RARO. El dueño del
local me corrige "COCA COLA". Si, si señor Coca Cola ¿que otra cosa
podía ser?. Me pongo roja. Finalmente pido un agua (como para que no queden
dudas de que soy mujer, y argentina).
Subimos al bus. En el
trayecto dos retenes policiales. Me piden pasaporte, lo entrego y cuando veo
que pretenden llevarselo solicito que lo revisen frente a mi y me lo devuelvan
al instante (otra vez mujer y argentina).
Llegamos a Pasto,
agotados, y caemos en las garras de la retórica colobiana (si señores, los
colombianos parece que son mas chamuyeros que los argentinos). Cómo pasó no lo
sé, pero nos subieron a una moto para llevarnos a un hotel que quedaba a dos
cuadras y nos cobraron 3000 pesos (casi dos dólares).
Pasto es cielo roto
(igual que Tulcán en Ecuador e Ipiales) llueve todo el tiempo, con esa garúa
finita que molesta, te deja el pelo hecho un desastre y predispone a accidentes
peatonales. No era un buen lugar para quedarse entonces decidimos irnos
inmediatamente a Popayán.
Otra vez el regateo (me
había desacostumbrado a eso, en Ecuador los precios están establecidos en todos
lados, los productos tienen el precio sugerido y los buses son tan baratos que
da verguenza regatear). 20.000 pesos por tres horas era un despropósito.
Después de pedir y con alguna mentira piadosa logramos que nos lo dejen en
15.000. Teníamos un viaje de 6 horas por delante. Eso hubiese estado bien si
las carreteras colombianas estuvieran en tan buen estado como las ecuatorianas.
Pero lastimosamente no es así.
Nos tocó viajar en un
mini bus a cuyo conductor tuvimos que solicitar que reduzca la velocidad y
sentir cada uno de las baches de la ruta, mover nuestro cuerpo como si por cada
uno nos diera una descarga de electricidad.
Transitamos por el Valle
del Cauca, zona de guerrilla en donde se ven a los militares en la ruta
señalando al cada conductor que pasa el pulgar hacia arriba como muestra de que
todo está en orden. Y así es, todo está tranquilo y la sugerencia de todos es
hacer la vía Pasto - Popayán sin parar en ningún lado intermedio.
Así llegué a Popayán, la
ciudad blanca (literalmente todo está pintado de blanco). La tercer ciudad en
un día. Y mientras escribo esto en la habitación del hotel, afuera suenan
salsas y ballenatos... como para empezar a sentir el calor colombiano.
Que odisea mi Car! que bella experiencia es un orgullo inmenso tenerte como amiga.
ResponderEliminarQue sigan las aventuras!!!
Besitos de parchita!
Linda! Que bueno leerte! Te llegan mis mails o tengo una direccion que ya no usas? Quiero saber de ti!
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