Me recibieron con los brazos abiertos un grupo de parceros que había conocido un tiempo antes en Máncora, a ellos les estoy eternamente agradecida por haber hecho el esfuerzo de hacerme sentir tan cómoda y dedicarme tiempo a pesar de sus obligaciones.
Con Vivi, en la Universidad del Valle |
Con Jorge, Carlos, Javier y Ale en El Topacio |
Me hospedé en el barrio de San Antonio, popularmente conocido por los viajeros y el lugar en donde convergemos casi todos. Su estructura colonial, sus bares y teatros, lo convierten en la zona mas bohemia de la ciudad y en un barrio que pareciera envolver a sus habitantes en una burbuja de tranquilidad.
Barrio de San Antonio |
Cali me recordó a mi Buenos Aires querido, mucho calor, gente que se mueve al ritmo de las obligaciones de lunes a viernes y colectivos repletos que obligan a sus pasajeros a practicar las mas desarrolladas tecnicas de contorsionismo. Y así y todo tan distantes y tan distintas, casualmente parecidas y totalmente opuestas.
Parque Caicedo |
Será porque sus habitantes esperan que llegue el viernes para salir a la calle a escuchar música y pelearse con el vecino para ver quien se convierte en el animador de la manzana, subiendo el volumen a niveles que hacen vibrar los parlantes de sus monumentales equipos de sonido.
Será porque cada uno de sus habitantes viven, a pesar del ritmo que la ciudad a veces impone, una vida descontracturada y pasional. Como si la temperatura les intoxicara la sangre casi por osmosis y les tomara el cuerpo casi en un acto demoníaco. Como si el caribe se hubiera trasladado hacia el valle.
Cali es bonita y su gente increiblemente acogedora. Urbana, bohemia, artística, imprudente, festiva, mestiza. Cali arde en llamas al ritmo de la salsa y eso se siente en la temperatura, y en la calidez de la gente.
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