28/10/12

"Cali"ente



Llegué a Cali desde Popayán, entré por el sur, un sur que parece norte, según lo que se acostumbra en cualquier urbanización medianamente grande. Y es que hasta en eso Cali está patas para arriba, el sur rico y lujoso, despliega una gran cantidad de edificios de primer nivel y recorren sus calles automóviles de alta gama. A medida que uno comienza a cruzar la ciudad, la misma se transforma. Como toda gran ciudad, armada como un rompecabezas de retazos, deja ver una gran cantidad de comercios, oficinas administrativas y algunos asentamientos, que se van transformando en regla a medida que el rumbo norte se materializa.

Me recibieron con los brazos abiertos un grupo de parceros que había conocido un tiempo antes en Máncora, a ellos les estoy eternamente agradecida por haber hecho el esfuerzo de hacerme sentir tan cómoda y dedicarme tiempo a pesar de sus obligaciones.

Con Vivi, en la Universidad del Valle

Con Jorge, Carlos, Javier y Ale en El Topacio

Me hospedé en el barrio de San Antonio, popularmente conocido por los viajeros y el lugar en donde convergemos casi todos. Su estructura colonial, sus bares y teatros, lo convierten en la zona mas bohemia de la ciudad y en un barrio que pareciera envolver a sus habitantes en una burbuja de tranquilidad.

Barrio de San Antonio


Cali me recordó a mi Buenos Aires querido, mucho calor, gente que se mueve al ritmo de las obligaciones de lunes a viernes y colectivos repletos que obligan a sus pasajeros a practicar las mas desarrolladas tecnicas de contorsionismo. Y así y todo tan distantes y tan distintas, casualmente parecidas y totalmente opuestas.

Parque Caicedo
Será porque mi Buenos Aires querido abraza la melancolía del tango y el arrabal y porque Cali es la capital mundial de la salsa que son tan distintas.

Será porque sus habitantes esperan que llegue el viernes para salir a la calle a escuchar música y pelearse con el vecino para ver quien se convierte en el animador de la manzana, subiendo el volumen a niveles que hacen vibrar los parlantes de sus monumentales equipos de sonido.

Será porque cada uno de sus habitantes viven, a pesar del ritmo que la ciudad a veces impone, una vida descontracturada y pasional. Como si la temperatura les intoxicara la sangre casi por osmosis y les tomara el cuerpo casi en un acto demoníaco. Como si el caribe se hubiera trasladado hacia el valle.

Cali es bonita y su gente increiblemente acogedora. Urbana, bohemia, artística, imprudente, festiva, mestiza. Cali arde en llamas al ritmo de la salsa y eso se siente en la temperatura, y en la calidez de la gente.

 

 

 

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