Llevo 9 días en Colombia y transitando de un lugar a otro la policía local ya me pidió el documento 6 veces. Buen promedio sin dudas. Y si bien no me molesta dar cuenta sucesivas veces de mi identidad a los señores que guardan el orden público ni tampoco escuchar comentarios sobre Messi o "che boludo" con acento colombiano cada vez que saco a la luz mi procedencia, esta cuestión me puso a pensar en esta cosa rara que tienen las fronteras.
Cada vez que uno sale y entra a un país tiene que cumplir con las normas de migraciones y hacer este burocrático trámite de sellar el pasaporte. Ese burocrático trámite incluye la larga espera en la cola ya que hay muchisimas personas en la misma situación que uno y convencer a la persona que le tocó en suerte que uno entra a su país porque quiere conocer, enriquecerse con el intercambio cultural y que no es un terrorista, narcotraficante o refugiado político que viene en busca de asilo.
Entonces, si el discurso que uno se arma mientras está en la fila esperando (y que seguramente es muy bueno y fantasioso ya que tiempo para pensar sobra) convence a esta persona detrás de la ventanilla, a lo mejor tiene suerte y le dan los 90 días que cualquier ciudadano extranjero debería merecer en calidad de turista. Eso sí, sin en 90 días no te alcanzó para recorrer, ese es tu problema, o pagás un extra por cada día adentro y engrosás las arcas de migraciones o te inventás algún artilugio para permanecer un tiempo más.
Todas estas monigoteadas, sin entrar en otro tipo de consideraciones como visas cuando se trata de países que por algún motivo, exigen a otros ciudadanos de la tierra para ingresar en su fantástico territorio.
Ni hablar del caso de los colombianos. Saliendo de Ecuador, veo un cartel dirigido especialmente a los nacidos en tierras cafeteras casi como un insulto: "COLOMBIANOS DEBEN PRESENTAR ANTECEDENTES PENALES". Me pregunto si las autoridades políticas del Ecuador creen que todos los colombianos son descendientes de Pablo Escobar. En fin, este es solo un ejemplo, que tristemente ocurre entre hermanos latinoamericanos, ni hablar de las bestialidades que nos pregunta Capitán América cada vez que queremos entrar en su país, -¿Usted planea un ataque terrorista a mi benemérita patria?-.- ¿Y vos crees que si yo planeo semejante cosa voy a ser tan pelotuda de decirtelo?-.
Nacemos libres o así nos lo hacen creer hasta que queremos cruzar una frontera. Perder el pasaporte es el mayor fantasma de cualquier viajero y por eso lo aseguramos bajo 4 candados en un bolsillo oculto que ponemos debajo de nuestros calzones y que es tan aparatoso que cualquiera que nos mire durante dos minutos se da cuenta de que guardamos cosas de preciado valor.
Cada uno de nosotros ha nacido en la tierra, somos parte de ella, hijos de la pacha. Seguramente esto es una utopía, pero llegará el día en que podamos transitar libremente, en el pleno sentido de la palabra, que nos dejen caminar la tierra sin pensar que somos forasteros que queremos quitarle el trabajo a la población local. Para eso se necesitan muchas cosas, no puedo pedir libertad de circulación sin pensar en la discriminación, y los odios mentirosos entre patrias fundados en discordias futbolísticas. Algunas cosas tienen que cambiar primero y cuando eso pase, quizás las utopías puedan transformarse en realidad.
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