Para todo lo demás existe esta tarjeta de crédito tan popular. Pero el sonido del mar descontaminado de otros ecos no puede pagarse. Así me pasó hoy, cuando tuve la oportunidad de llegar a la desierta playa de Ayampe, a unos kilómetros de Montañita.
Montañita es un pueblo pequeño. Sus promesas de fiestas alocadas durante la noche se consuman a lo largo del año, aunque el cielo constantemente gris a esta altura del año, le resta bastante al natural encanto costeño.
Mi huida de Montañita por un rato se la debo a Bola, un local, experto en los alrededores y amante de las grandilocuentes olas que ofrece esta playa para los surfers.
Ayampe es un pueblo de unos 400 habitantes, se ubica a unos 25 kilómetros de Montañita y a pesar de su cercanía con ésta, se ubica en un cantón distinto. Ayampe está situada en el cantón Manabí mientras Montañita se sitúa en Santa Elena.
En Ayampe se respiran aires de descanso y brisas de paz. La convivencia de las lagunas de agua dulce ubicadas a la vera del mar, formadas por la cercanía al río Ayampe, generan una dicotomía rara y atractiva.
Hoy fue Ayampe, pero cerca de Montañita existen varias playas con una oferta totalmente opuesta a la del ajetreado punto turístico en el que el tiempo, sigue el desenfrenado ritmo de la playa y la rumba, en el que el día y la noche se convierten en un continuo que rompen con el precepto de que un día tiene 24 horas diarias.
Con el bosque seco ecuatorial como escenario, la costa sur ecuatoriana es vasta y afortunadamente, existen muchos lugares que invitan a relajar cada músculo del cuerpo al ritmo del romper de cada ola.
Aunque en ésta época del año la costa recibe constantes lloviznas que no asustan pero molestan a sus visitantes. Aun cuando el sol receloso se deja ver en lapsos cortos de tiempo, el contacto con la Mamaqocha siempre es bienvenido.
Agua dulce y agua salda confluyen en un mismo escenario |
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